sábado, 29 de agosto de 2009

Concurso Literario 2008 - Ganadoras categoría "Cuento": Sofía Sánchez y Amira Majdalani - 1º Premio (compartido)

Debajo de la alfombra

Por Sofía Sánchez

Hace mucho que no escribía. Aunque lo necesitaba, estaba limitado por la falta de elementos: pluma y papel, comunes para cualquiera, pero vitales para seres como yo. Si hubiera analizado detenidamente cada frase esbozada en mi vida y las consecuencias a las que llevaría, estoy completamente seguro de que no me hubiera atrevido a rasgar la pluma contra el papel.
He decidido que lo mejor a realizar en este momento es que personas ajenas a los sucesos ocurridos los conozcan y analicen. No temo ver mi credibilidad minada o simplemente que nadie lo llegue a leer.
BASTA. Como dijeron otros antes que yo y como ustedes deben estar pensando en este momento, seamos directos.
Toda mi vida ha girado en torno a la formación de un personaje, he puesto más énfasis en crearlo a él que en conformar mi propia estadía en el mundo. A medida que yo crecía, él crecía a la par y mientras yo experimentaba errores, él aprendía de ellos. Todos mis sufrimientos, expectativas y frustraciones estaban depositados en él. Podría decirse que el señor Arthur Rolf era un hombre excéntrico y solitario.
Semanas atrás, por fin comencé a relatar su historia, no toda su vida porque me hubiera llevado mucho más tiempo, pero sí anotaciones del hecho que cambió su vida o que sin notarlo terminó con ella y con la mía. Estaba tan inspirado y había esperado tanto por ello que ese mismo día, el cuento estaba terminado. Al dejar la pluma tuve la sensación de que él no estaba feliz con el final que había elegido. Tuve miedo de mi propia redacción. Un temor indescriptible me hizo guardar con rapidez los papeles bajo llave, pero era demasiado tarde, ya estaba sucediendo.
Me pareció sentir que Arthur se vengaba, percibir su deleite al verme sufrir lo mismo que el había sufrido. Reconocí movimientos debajo de la alfombra, me volvía loco. Probé todo lo que se me ocurría. Llegué a pensar en romper el cuento que con tanto trabajo había creado, otra de mis locuras seguramente. Por temor a la tentación de seguir escribiendo tiré los frascos de tinta, las plumas y papeles.
Ahora, más relajado, acepté mi fin. Aprovecho esta última noche para dejar al menos, un registro de mi paso por esta vida. Aunque agradezco el desenlace elegido, la locura abre caminos inexplorados. Impacientes por ser descubiertos. Anhelando este logro me despido. Está volviendo a suceder.
No me queda mucho más tiempo, están por llegar. Adjunto algo que quizás les ayude a comprender, el principio del final.

Sealer Hurt

Junto a esta hoja de papel se encontraba una redacción corregida muchas veces y un poco desorganizada.

Arthur Rolf vivía rodeado de un hermoso paisaje en las afueras de Londres. Visitaba a diario un cercano bosque, donde acostumbraba llevar un libro, siempre y cuando no sentía un arrebato de furia (muy seguidos en su rutina diaria) que lo obligaba a relajarse sentándose entre los árboles. Esa era la mejor forma que había encontrado para contrarrestar la ira. Pero los días que llevaba un libro se quedaba allí hasta terminarlo, se recostaba y reflexionaba. Intentaba encontrar la moraleja del cuento en su camino a casa. A veces sus cavilaciones lo llevaban hasta el sillón frente al fuego hasta que el sol se ponía y la tarde iba quedando atrás poco a poco. Luego, comía una cena frugal para volver a sentarse frente a la chimenea hasta que llegara la hora de ir a la cama.
Arthur Rolf había formado una constante rutina, o la rutina lo había formado a él, como un círculo sin comienzo ni final.
El sol se encontraba de un rojo inusual, irradiando su último rayo sobre los árboles. Arthur decide volver a su casa. Definitivamente no podría terminar el libro ese día. El último trecho del camino lo realizó a oscuras. Al llegar, prendió las luces y se sentó a terminarlo frente a la chimenea. No le agradó, en los últimos días no le gustaba ningún libro. Los finales eran pésimos a su entender. Decidió levantarse del sillón cuando un terrible temblor sacudió la casa. Con rapidez se ubicó debajo del marco de la puerta. Desde allí, observó cómo la alfombra del piso se levantaba. Al instante, el terremoto cesó y el Sr. Rolf decidió dirigirse a su cama. Por la mañana todo habría pasado.
Pero el día traía nuevas sorpresas. Como todos los sábados, Arthur se dirigía al mercado central. No notó ningún cambio en el aspecto del paisaje, por ende supuso que el terremoto había sido ínfimo.
Cuando llega al mercado intercambia unas palabras con el comerciante. Él le dice que en ningún momento había notado temblor alguno. Arthur Rolf, realizó todo el camino de regreso meditando por qué era la única persona que había percibido el movimiento de la tierra. Buscó hasta el cansancio una respuesta: seguro el comerciante vivía millas lejos de él. Con sinceridad pensó que esa idea no lo contentaba mucho.

Pasaron dos semanas y volvió a suceder. Arthur se encontraba escribiendo cuando la tinta se volcó en sus notas. Observó que la alfombra se estaba elevando de nuevo. Lleno de incertidumbre, intentó que el bulto volviera a su lugar golpeándolo con una silla. No dio resultado. Tomó un cuchillo de la cocina y desgarró la alfombra, pero descubrió que el bulto se encontraba en el piso de madera. Sacó tablas y se encontró con una elevación de la tierra.
Salió de la casa, pensaba en pedir ayuda al vecino más cercano. Cuando volvió con el señor que había aceptado acompañarlo, descubrió que el temblor había parado y que el bulto, desaparecido. Su acompañante lo miraba con una expresión extraña en el rostro. Arthur Rolf tenía la fama en el vecindario de una persona fuera de lo común y solitaria, este suceso parecía confirmar los temores del vecino.
Ahora, todas las noches, se escuchaban los golpes de la tierra, los temblores habían quedado atrás, solo se oía un constante repiqueteo como el de un martillo golpeando un yunque.
El ruido comenzó a escucharse de nuevo. Rolf ya no podía soportar más. Su vida no había sido ni era en ese momento muy valiosa. Decidió el peor de los finales. Tomó la escopeta que siempre guardaba bajo la cama para defenderse. Le parecía increíble utilizarla con un objetivo totalmente diferente al propósito inicial.
Se escucha una detonación. Figuras vestidas de blanco entran en la habitación. Pronto el blanco también sería el color de la vestimenta de Arthur Rolf.

Fin



Un extraño día en Julio

Por Amira Majdalani


Año 1963. Mateo era un niño de doce años. Vivía en un pueblo lejano de Castilla La Vieja junto a su familia. Era optimista y buena persona. De grande quería ser como el General, un hombre adinerado proveniente de una familia aristocrática. Sus padres le advertían que el General no era un buen hombre. Crueldades y abusos dominaban su persona. Sin embargo, Mateo los ignoraba. La admiración que tenía por aquél hombre era más grande que cualquier defecto humano que podía llegar a tener. Tal vez, porque era diferente. Quizá porque anhelaba poseer los bienes que el General tenía.
Mateo iba todas las mañanas a una escuela humilde que se hallaba cerca de su casa. Todos los niños del pueblo se educaban allí. Por las tardes siempre jugaba a las escondidas con sus amigos a las afueras del pueblo.
En una de aquellas tardes soleadas de Julio, Mateo buscaba sin cesar algún escondite que fuera novedoso para los curiosos ojos de sus amigos. Corría y corría a través de los pastos largos que impedían ver al otro lado. Luego de tanto correr, se percató de que se encontraba perdido en medio de aquella soledad. Tenía hambre y frío. No veía la hora de volver a su casa para acurrucarse en los brazos de su mamá. La noche pronto iba a caer sobre sus hombros. De repente, distinguió a una persona corriendo, no muy lejos de donde él se encontraba, hacia el exótico arroyo. Comenzó a seguirla. La figura intrigante no dejaba de correr. Trataba de seguirla lo más cerca que podía. Por fin la carrera finalizó en donde comenzaba el arroyo. Mateo pudo distinguir a una niña de la misma edad que él. Tenía cabellos dorados cual rayos de sol y labios rojos cual carmín. Llevaba un vestido blanco con bolados y puntillas. Su persona irradiaba energía positiva. La pequeña se sentó sobre una roca e invitó a Mateo a que la siguiera.
- ¿Por qué estás sola? – preguntó Mateo intrigado.
- Estaba jugando con mis amigas hasta que me perdí. – sonrió dulcemente.
- A mí me sucedió lo mismo. ¿Tú eres de acá? Nunca te vi por estos lados. – dijo Mateo.
- Soy de un pueblo vecino. A nosotras nos gusta jugar cerca del arroyo– respondió observando detenidamente al niño, con sus ojos azules.
- A mí también pero como no se volver tendré que esperar a que me vengan a buscar. –
- Mientras esperamos, ¿quieres que te cuente una historia? – preguntó la niña.
- Si – respondió mateo animadamente ya que le encantaba escuchar historias.
La extraña niña comenzó su relato de la siguiente manera:
“Guerra Civil española, 1936 – 1939. El cielo era de color gris. Las nubes lloraban su inocencia. El sol se escondía. Las hojas de los árboles del bosque no dejaban de susurrar. Helena, una joven de 20 años, se encontraba arrodillada sobre el pasto. Ella sentía una profunda angustia en su corazón. Lágrimas silenciosas recorrían sus mejillas pálidas que habían perdido color. Los mejores días de su vida habían quedados guardados en dulces recuerdos.
Todo empezó una mañana fresca, en donde ella se encontraba caminando en el bosque. A Helena le encantaba realizar aquellas caminatas largas que le ayudaban a reflexionar sobre su vida. Vivía en un pueblo, en el corazón del bosque, en una casita humilde junto a sus padres.
Helena siguió caminando hasta llegar a una fuente, cuyas aguas cristalinas llenaban de alegría a los ojos observadores. Ella miraba detenidamente su reflejo en el agua. En ese instante, ve que su reflejo estaba acompañado por otro. Helena se dio vuelta. Un joven apuesto se encontraba detrás de ella. Las miradas de los dos jóvenes se entrelazaron. Eran el uno para el otro.
- Me llamo Juan Manuel. ¿Con qué joven hermosa tengo el gusto de hablar? – dijo el joven.
- Soy Helena. – se sonrojó al responder.
- Qué extraño que no te haya visto nunca. – dijo Juan Manuel.
- No soy de salir mucho. – dijo Helena quien no podía mirarlo a los ojos.
- Esta guerra civil no nos va a dejar tranquilos por un buen tiempo. – reflexionó el joven.”
Mateo estaba confundido.
- ¿Qué es eso de la guerra civil española? – preguntó.
- Durante la guerra civil española se enfrentaron dos bandos. De un lado, los partidarios de la república: en él estaban los republicanos y liberales, socialistas, anarquistas y comunistas, así como los pueblos de España que luchaban por su autonomía frente al centralismo de la monarquía. Del otro lado, estaba el bando nacionalista: en él participaban los partidarios de la monarquía y los grupos simpatizantes de las ideas del fascismo y el nazismo alemán. – respondió la niña quien había parado su relato para responder aquella pregunta. Al ver que Mateo entendía igual o menos, prefirió seguir con el relato.
“Los dos jóvenes continuaron con la conversación agradable y gentil hasta el atardecer, cuando Helena se percató del tiempo que había pasado fuera de su casa. Debía volver lo más rápido posible. Así que se despidió de su enamorado y se dirigió a su casa llena de alegría y gratitud.
Al llegar sucedió lo esperado. Su padre estaba enojado. No le gustaba que su hija saliera de la casa después del mediodía. En esos tiempos, soldados patrullaban por toda la región matando a personas inocentes, humildes y honestas. Por esa razón, le prohibió volver a ver a ese joven. Helena corrió a su habitación llorando. Sentía que ese muchacho era su gran amor y no quería perderlo.
Desde entonces, los dos jóvenes se escapaban de sus casas por las noches para encontrarse bajo la luz de la luna y las estrellas donde sus únicos cómplices eran las luciérnagas. Se veían cerca de la fuente, donde se habían conocido, para escuchar esas dos palabras que saben a gloria: te amo. Durante el día, Helena, aparentaba normalidad frente a los ojos ciegos de sus padres. Ellos creían que su hija se había olvidado de aquel muchacho insólito y de que solo se había tratado de un capricho pasajero.
En una de las tantas noches, en donde la pareja se encontraba cerca de la fuente como de costumbre, el cielo estaba salpicado de estrellas. El aire que los rodeaba olía a rosas. El viento susurraba una melodía romántica.
- Helena, quiero regalarte este collar como símbolo de mi amor. – dijo Juan Manuel enseñándole una cadenita plateada de la cual colgaba la inicial del nombre de su amada.
- Muchas gracias, ¿serías tan amable de ayudarme a ponérmelo? – preguntó Helena sonrojada. Juan Manuel le corrió el pelo y con la ayuda de sus dedos finos y alargados pudo abrochar el collar.
Como se amaban aquellos dos. Todo era maravilloso hasta que el grupo de soldados tan temido los despertó de aquel sueño. Eran como cuatro hombres. Ellos estaban listos para matarlos. La vida de la pareja corría peligro. El joven suplicó a los soldados que no mataran a su amada. Helena se cubrió la cara con sus suaves manos. La luz escapó de los ojos de Juan Manuel. En un abrir y cerrar de ojos, él había entregado su vida por ella. Por fortuna, algo de piedad quedó en aquellos hombres para perdonarle la vida a Helena.
Y allí se encontraba, arrodillada sobre el pasto, con el corazón partido. Le habían arrebatado a su amor. Apretaba con firmeza contra el pecho al collar que su amado le había regalado. Con el tacto sintió unas palabras grabadas en el reverso de la medalla con forma de H. Juntas formaban la frase: “No me olvides”. ¿Por qué tanta crueldad en el mundo? ¿Por qué las personas matan sin ninguna razón? La guerra entre el bien y el mal siempre existió en la vida y en los cuentos. Helena se hubiera sumado a esa guerra ya que su corazón estaba lleno de odio. Pero su gran persona se lo impedía. La venganza no iba a hacer regresar a su amado.
En la vida hay momentos felices y otros difíciles. A los primeros hay que aprovecharlos y a los otros hay que sobrellevarlos. Ése era uno de los momentos más tristes para Helena. A lo mejor, si le hubiera hecho caso a su padre nada de todo eso hubiera ocurrido. Pero el destino lo decidió así. Sin embargo, los aprendizajes de la vida suceden por algo. Ahora solo quedaba pensar en el futuro. Ese futuro en el que cada uno debe llevar a cabo su misión. Helena ya sabía cual le correspondía. Siendo así, la muerte de Juan Manuel, no habrá sido en vano.”
Mateo estaba boquiabierto. Aquella historia le había producido una sensación de angustia, pena y odio. Estaba enojado consigo mismo. ¿Cómo podía idolatrar al General siendo tan perverso al igual que aquellos cuatro soldados? Se sentía avergonzado. No había escuchado a sus padres al igual que Helena. ¿Cómo podía existir personas tan crueles? La rabia lo dominó y lo guió a arrojar una piedra al agua del arroyo. Lanzó con todas sus fuerzas pero la piedra rebotó de regreso. Ahora sí que estaba más sorprendido que antes. Algo inexplicable había sucedido. Miró de reojo a la niña que lo acompañaba en busca de alguna explicación para aquél episodio increíble.
- Todo lo que le das a la vida, ella te lo devuelve.– dijo la pequeña.
Mateo se quedó pensando en esa respuesta. Miró hacia el agua para volver a observar detenidamente la piedra. Pero lo que más le llamo la atención fue su reflejo y el de la niña que lo acompañaba. Un destello provenía del cuello de la pequeña. De la cadenita plateada colgaba una medalla en forma de H. Mateo no lo dudó un segundo. Giró rápidamente sobre sí mismo. La niña había desaparecido.

Fin

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