domingo, 8 de agosto de 2010

Concurso Literario 2009 - Cuentos seleccionados

En tiempos de amor
Amira Majdalani - 4º Bae

Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación, era igual a cualquier inocente estación de pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni más pérfida. Bajé de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías, lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto me acometió una violenta necesidad de regresar. No podía volver. Había elegido cambiar mi rumbo hacia un nuevo destino. Atrás dejaba una parte de mi vida. Mi familia, mi amiga Catalina… mi novio Santiago. Todo había llegado a su fin. Una discusión con él, nuestras diferencias, habían determinado la distancia que en aquél momento nos separaba. No sabía como iba a hacer para continuar. Él era mi oxígeno. Tenía que acostumbrarme a respirar un aire que no me pertenecía.
Recobré mi aliento y comencé a caminar por aquella solitaria estación. Era casi el mediodía. Me extrañaba no poder observar en ese santiamén, una película de personas caminando de una punta a la otra, chocándose entre sí, pisándose los talones y hablando estrepitosamente por sus celulares.
Cuando finalmente pude abandonar aquél escalofriante lugar, tuve que alzar mi mano en dirección al sol, ya que éste, me producía ceguera. Me hallaba en el centro de la ciudad de Río de Janeiro. Me dirigía al Cristo Redentor, una de las siete maravillas del mundo. Mi familia me había apoyado con mi alocada idea de conocer a cada una de ellas. La había considerado una manera de escapar de Mar del Plata, mi ciudad natal, para olvidarme de mi complicada historia de amor. No pude evitar recordar en ese instante, la primera vez que había visto aquellos profundos y dulces ojos del color de la miel. Había sido durante el cumpleaños número 17 de mi amiga Catalina, en un bar. Yo me encontraba absorta en mis pensamientos, sentada en un rincón de aquél lujurioso lugar.
- Buenas noches, mucho gusto. – musitó suavemente. Mis palpitaciones comenzaron a acelerarse. Un escalofrío inundó mi cuerpo. En aquél momento mi vida había cobrado sentido. Una llama adentro mío se había encendido. Ya no había razón en mi corazón. Solo me había llevado tres minutos percatarme de que él era especial y que no existía nadie más. Me había olvidado de todo mí alrededor. Mi boca no emitía sonido alguno. Nos embriagamos con la música y dimos comienzo a nuestra historia de amor.
Tuve que volver a mi realidad al sentir cómo la gente me empujaba para caminar por una angosta vereda. Me introduje dentro de un taxi, que previamente había detenido con mi dedo índice, y me dirigí al cerro del Corcovado. Luego subí lentamente unas escaleras, que parecían no tener fin, hasta el Cristo Redentor. El calor era sofocante pero el día era precioso. Una multitud de personas de diferentes lugares del mundo me acompañaban. La vista que se apreciaba desde allí arriba no se podía explicar. Era increíble. Les pedí a unos brasileños que me tomaran una fotografía junto al pie del Cristo.
Cuando comencé a sentir el peso de mi mochila en mi espalda, decidí descender a la playa. El trayecto me demoró dos horas, pero finalmente arribé y me senté sobre la arena blanca. Llevé mis rodillas hacia mi pecho y abracé fuertemente mis piernas. Las personas que me rodeaban se introducían en el mar, se divertían, eran felices. Deseé que me compartieran un pedacito de esa felicidad. El viento acariciaba mi rostro. Otro recuerdo apareció en mi mente. Me hallaba en la playa de Mar del Plata disfrutando de la compañía de Santiago. Era de noche. Habíamos decidido caminar a lo largo de un acantilado que poseía forma de medialuna. En mi mano, se ocultaba el capullo de una rosa roja. Santiago había tomado la costumbre de regalarme uno cada vez que nos veíamos. Caminábamos uno al lado del otro. El silencio se apoderaba de nosotros. Fue en aquél entonces cuando había probado la miel de sus labios.
Ahora, ya no podía olvidarme de su mirada. Codiciaba su perfume. Añoraba su forma de hablar, de expresarse, de pensar. Anhelaba su voz. Lo extrañaba. Lo necesitaba. Pero ya era tarde. Debía ser fuerte y luchar contra esa tentación, aunque ya sabía que a mi corazón lo había dejado con él. A pesar de la inmensa distancia que se disponía entre nosotros, lo sentía más cerca que nunca.
Una silenciosa lágrima recorría mi mejilla. Respiré profundo y me encaminé hacia el hotel. Quería arribar antes de que se apagara el día. Una vez en el cuarto, desempaqué mis objetos personales y luego me dirigí al salón de comidas. En una de las paredes, había un panel colgado con papeles informativos, sobre distintas actividades que se podían llevar a cabo dentro del edificio. Uno de esos anuncios proclamaba un encuentro entre personas que se deleitaban con la música.
A la mañana siguiente, desayuné en el hotel y me dirigí a una habitación donde se iba a realizar el encuentro musical. El grupo estaba compuesto por 6 integrantes, incluyéndome. Mi gran talento era el piano. Me senté frente a él. Rocé con mis dedos las teclas y dejé que la melodía me guiara. La música llevaba a mi mente a terrenos desconocidos. Sin embargo, siempre estaba él. Sea donde sea, él aparecía. Todo me recordaba a Santiago. La playa, el aire, el piano. Todo había sido acariciado por él. El dolor se hacía inaguantable. Me detuve. El encuentro había finalizado. Uno de los jóvenes se acercó hacia mí para asegurarse de que me encontrara en perfectas condiciones. Debió de haber observado mi sufrimiento reflejado en mi semblante. Agradecí su amable preocupación.
Decidimos almorzar todos juntos como cierre del encuentro. Al salir del hotel, nos detuvimos en la esquina para elegir el restaurante. Se había corrido la voz sobre el inconveniente que había sufrido mientras tocaba el instrumento. Por eso, todos trataban de animarme gentilmente. Lograron arrancarme una sonrisa y pude reírme durante unos minutos. Las personas que marchaban por la misma vereda, me observaban extrañados debido a mi conducta poco común.
Al día siguiente me despedí de aquellas personas cordiales que había conocido y partí hacia Perú. Visité las ruinas de Machu Picchu. Luego di una vuelta por México. Viajé a la ciudad de Petra, en Jordania. Caminé por la gran muralla China. Aprecié el Taj Mahal y finalmente recorrí Roma para conocer el Coliseo. Viví unos meses allí antes de dirigirme a París, donde me hospedé durante otros meses más. Siempre transitaba acompañada por un dulce recuerdo que poseía sólo un nombre.
Retorné a mi hogar luego de cuatro largos años. No veía la hora de volver a ver a mis seres queridos. Les había traído regalos de cada uno de los lugares que había visitado. Luego de recibir los abrazos familiares, me dirigí a la casa de Catalina. Quería saber sobre su vida, qué había sido de ella.
Cuando la vi, no podía creer lo que había cambiado. Por suerte seguía siendo ella misma interiormente. La abracé vigorosamente. No me había percatado de lo que la extrañaba. Ya le faltaba sólo un año para recibirse de médica. Estaba muy orgullosa de ella.
El resto de mis amigos se fueron enterando de mi llegada. Algunos me iban a saludar en la casa de mi amiga. Otros, se limitaban a llamarme por teléfono. Era la decimocuarta vez que sonaba. Ésta vez, dejé que mi amiga no contestara. Una dulce voz me había respondido. Era él. El teléfono se deslizó de mi mano. Me quedé paralizada. Mi mente se encontraba en una nebulosa. No quería pensar. No quería sentir.
Abandoné rápidamente la casa de Catalina y me encaminé a mi hogar. Estos cuatro años no habían logrado su objetivo. Lo recordaba y lo extrañaba como al principio. Dos horas trascurrieron lentamente. Tuve un impulso desenfrenado. Corrí y corrí hasta llegar a la playa donde se hallaba el acantilado con forma de medialuna. Al arribar, cerré los ojos. Sentía la suave brisa acariciándome el rostro y la melodía que producían las olas al romperse contra los peñascos. Cuando decidí abrirlos, observé el contorno de una persona que se hallaba a varios pasos de mi ubicación. Me acerqué paulatinamente. Para mi sorpresa, se trataba de una roca. No sabía en dónde tenía la cabeza. La razón no existía en mí.
- Buenas tardes, mucho gusto – susurró una voz suave como el terciopelo detrás de mí. Giré sobre mi misma. Era él. Mis palpitaciones comenzaron a acelerarse. Un escalofrío inundó mi cuerpo. Me había olvidado de todo mí alrededor. Mi boca no emitía sonido alguno.
- Sabía que vendrías primero a éste lugar – prosiguió mientras trataba de recobrarme.
- Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos – musité torpemente.
- No he podido dejar de pensar en vos.
- ¡Que falacia!
- Por supuesto que no. Visité a tus padres. Me contaron de tu proyecto inútil de viajar a los lugares en donde se encuentran las siete maravillas del mundo… y te fui a buscar.
No comprendía lo que me estaba diciendo. Era imposible. Lo hubiera reconocido a metros de distancia.
- No te vi en ningún momento… ¿y por qué le dices inútil a mi proyecto?– pregunté.
- Porque esas no son las verdaderas maravillas del mundo.
- ¡¿Qué?! A ver… ¿y cuáles son? – farfullé burlándome de él.
- Poder ver tu rostro cuando sonríe, poder escuchar los latidos de tu corazón, poder tocar tus suaves mejillas, poder probar el néctar que esconden tus labios, poder sentir tu perfume exótico, poder reír cuando me encuentro a tu lado… poder amarte… ¿qué sería la vida sin ellos?
No sabía qué responderle. Fue bello e irreversible lo que había dicho. Pronuncié lo primero que se me vino a la mente.
- Entonces dijiste que me fuiste a buscar…
- Rosario, te fui a buscar. En Brasil. Observé como te reías junto a un grupo de personas en la vereda del hotel donde te hospedabas. Debo admitir que me dolió no poder ser parte de tu felicidad… pero si tú eres feliz con quien sea, donde sea… yo seré feliz.
- ¿Llamas a eso felicidad? ¿Acaso no percataste de que mi felicidad se encuentra al lado tuyo?
- Se supone que las personas que arriban al paraíso encuentran la felicidad.
- Brasil no es el paraíso. El paraíso no es el lugar a donde queremos llegar, son los momentos en los que nos sentimos más felices. ¿Te acordás cuando te pregunté si me ibas a amar para siempre?
Santiago asintió.
- Y yo te respondí que mucho más tiempo que eso.
- En ese momento comprendí lo que era el paraíso – susurré.
El silencio se hizo partícipe.
- Entonces… ni la distancia nos pudo separar. El destino nos volvió a unir. Todo éste tiempo sentí que cuanto más transcurrían los días, más me alejaba de vos. Me aferraba a esa mera ilusión de volver a verte. Todo éste tiempo… para mí ha sido eterno. Los días y las noches se sucedían unos a otros con tanta lentitud, que mi agonía se hacía interminable. El entusiasmo se había esfumado de mi ser y las ganas de vivir me eran desconocidas. De vez en cuando, compraba una rosa roja. Cuando cerraba mis ojos, al percibir el aroma… aparecías en mi mente. Una sonrisa se dibujaba en tu rostro. Me dormía sonriéndote, con el delirio de despertarme y encontrarte en la playa, caminando a lo largo del acantilado con forma de medialuna. Al despertar y percatarme de mi triste realidad, mi deseo… no era otro que volver a adormecerme para observar tu semblante – musitó.
Sus palabras habían sido sinceras. Compartíamos el mismo sufrimiento.
- ¿Será éste el final o el comienzo? - indagué.
- El amor verdadero no tiene final ni comienzo. Simplemente existe… y perdura.
Ahora me sentía completa. Éramos una unidad. No lo dudé ni un segundo. Me lancé a sus brazos y me hundí en ellos. Comprendí el verdadero significado de las siete maravillas. Para cada uno de nosotros podían ser diferentes. Para él yo era su octava maravilla, la más importante y perfecta. Para mí, las siete maravillas ya no existían. Él había opacado todo lo que podía ser dotado de hermosura y perfección.


Cincuenta y dos años después…
Habíamos visto crecer a nuestros hijos y nietos. Caminábamos uno al lado del otro. Miré sus ojos. Mis palpitaciones comenzaron a acelerarse. Un escalofrío inundó mi cuerpo. Me había olvidado de todo mí alrededor. Mi boca no emitía sonido alguno. La llama adentro mío no se había apagado. Continuaba intacta desde la primera vez que mis ojos se habían posado en los de él. Santiago tomó fuertemente mi mano libre, ya que en la otra, llevaba una rosa roja.
- De tu mano por siempre – concluyó.


El principio.



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Doce rosas rojas
Sofía Sánchez - 4º Bags

Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación, era igual a cualquier inocente estación de pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni más pérfida. Bajé de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías, lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto me acometió una violenta necesidad de regresar.
El vigilante me relojeó. Bajé la cabeza y caminé hacia la salida. Desemboqué en una calle de casas y baldíos enfilados hacia el horizonte. Continué mi recorrido por la vereda de la sombra. Me entretuve mirando el reflejo de los últimos rayos de sol en las hojas de los árboles. Quién habría pensado que después de tanto tiempo volvería por allí, todo por una carta. Una carta que me había llegado dos días atrás. (Creo que la guardé por aquí…)
Querido Pedro,
Espero que estas líneas te encuentren con buena salud. Hace mucho tiempo que no hablamos y el otro día estaba rememorando aquella época que compartimos. Qué te puedo decir de mi vida… acabé de tener a mi tercer nieto. Varón y con una salud de hierro, se llama Valentín.
Esta alegría me llevo a pensar en lo que hubiera ocurrido si me hubiera casado contigo. No puedo evitar pensarlo y cada día que pasa me vuelvo más impaciente por saber qué es de tu vida ¿También tuviste nietos?
Por eso, me preguntaba si querés venir para el pueblo, así charlamos un poco de nuestras vidas. No te sientas obligado a aceptar, me imagino que ya tendrás planes para esta semana. En el caso que puedas venir, te esperaré a las siete en nuestro lugar.
Espero la contestación con muchos deseos.
Con amor,
Clara
Me quedé atónito cuando llego la correspondencia, pero luego de leer la carta, escribí presuroso una contestación asegurando que iría allí. Después de todo quién es capaz de negarse al único amor de su vida, ¿no te parece?.
Continué caminando por la calle en la que solía jugar. A medida que avanzaba, noté que las casas lucían un brillo opaco. Pero, lentamente comenzaban a iluminarse por sus propias luces. Miré mi reloj. Eran las seis y media. Todavía era temprano. Además, según recuerdo, ella siempre llegaba tarde.
Los faroles principales se encendieron en un intento de resistencia contra la oscuridad de la noche. Dejé que ellos me guiaran como tantas otras veces lo habían hecho.
Llegué a las pocas calles que los vecinos llamaban centro. Algunas personas estaban haciendo las últimas compras del día. El almacén en el que me abastecía de dulces ya no estaba, el cine se había convertido en un cyber. La única construcción que reconocí fue una florería. Allí compré una docena de rosas rojas.
De lejos, observé la plaza, decorada con luces y guirnaldas por navidad. Luego de respirar profundo, di un paso hacia delante. Temía no llegar a reconocer a aquella persona tan importante en mi juventud, que los rasgos de los cuales me había enamorado se hubieran borrado sin dejar rastro alguno. Recordaba vivamente sus ojos de color miel que brillaban con cada sonrisa, su caminar gentil y su pelo dorado.
Me detuve en el centro de la plaza. Nadie esperaba allí. Examiné con anhelo las pocas personas que pasaban, tratando de encontrarla. Al no verla, me reconforté a mi mismo pensando que llegaría tarde como de costumbre. Mire el reloj y eran las siete y diez. La plaza se iba vaciando. A las siete y media me encontraba solo escudriñando la oscuridad. Cuando se hicieron las ocho y todavía no había llegado creció mi inquietud (Si le hubiera pasado algo, no me lo habría perdonado).
De pronto, comencé a rememorar el momento en el que nos conocimos. Fue en esa misma plaza, yo estaba con mis amigos y ella pasó. Mantuve mi mirada en ella. Lo demás sólo era el marco de una obra de arte. Sentí miedo de no poder verla otra vez y corrí hacia ella. Cuando llegué a su lado, me quedé sin habla. Sin embargo, Clara me saludó y preguntó por mi nombre. Le contesté titubeando, pero al observar su expresión, reuní el valor suficiente para ofrecerle mi compañía hasta su casa. Desde ese momento, comenzamos a salir muy seguido.
(Seguramente, te estarás preguntando porque no nos casamos si nuestro amor parecía tan grande. El inconveniente fue el interés del padre en que se noviara con un ricachón de la ciudad. Yo le parecía poca cosa al lado del hijo de un reconocido doctor de la ley.)
Nuestro lugar de encuentro lo hallamos en uno de nuestros paseos. Cercano a la costa de nuestro río, había un rosedal con una vista muy bonita. Desde esa posición se veía la luna iluminando las aguas y la ribera este en donde crecían árboles adornados con flores todo el año.
Lo llamábamos nuestro pequeño paraíso secreto… (¡Sí! Recién ahí reconocí que estaba en el lugar equivocado) en ese momento, comprendí la razón de su tardanza. Caminé rápidamente y sin demora por un atajo que doblaba hacia la derecha.
Luego de diez minutos de caminata vi el rosedal. Pensé que mis ojos mentían, pero en un banco alguien estaba sentado. Sostuve fuertemente el ramo de rosas rojas y me dirigí hacia el banco. Las estrellas recobraron el brillo que pensé perdido hace tantos años. (Antes, te había dicho que tenía miedo de no reconocerla, ¡Qué equivocado que estaba!) Volví a observar sus ojos color miel mientras me decía Tenía miedo de que cambiaras de idea… de que lo nuestro había sido olvidado hace años y que ya tuvieras un nuevo amor.
No Clarita, tú fuiste mi único amor y por el único que esperaría tantos años.

FIN

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(Sin título)
María Victoria Trotta – 2º Bae

Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación, era igual a cualquier estación del pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni mas pérfida. Baje de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto se acometió una necesidad de regresar…

Apenas mis pies tocaron el piso polvoriento de aquella estación, sentí que corría en mis pulmones un aire diferente al que estaba acostumbrado a respirar, pero no podía volver, no podría llegar siendo lo que soy ahora. No sé si quizá lograre olvidar lo que paso esa noche, no sé si mi mente esconderá ese recuerdo, para que no me atormente hasta el DIA en que yo ya no esté en este mundo, si de algo estoy seguro es que yo no fui el culpable.
Mire a mi alrededor, pero no vi Ningún rastro de gente, excepto ese vigilante... Tan solitario como jamás vi a una persona, lentamente se acerca y me interroga diciendo lo siguiente:
-Buenos Días – dijo amablemente.
- Buenos Días – Respondí.
Hubo un silencio por unos minutos, apenas se imaginaba que estaba frente a un adolescente, sin rumbo ni guía. Por eso utilice las mejores palabras que mi mente pudo improvisar, para que no sospechara sobre mi edad. Simplemente recordé algunos términos muy comunes en mi padre, levante la frente y le dije:
- Por lo que veo es un pueblo abandonado, me gustaría saber si hay alguna posibilidad de encontrar algún hotel de alojamiento. –Nervioso, mantuve la mirada como si realmente fuera un Señor.
- El respondió: - Este no es un pueblo cualquiera, si quiere alojamiento sigua por el sur hasta llegar al pueblo de las Ruinas Del Monte, ahí va a encontrar gente que lo ayude.
Fui a buscar mis valijas, unos metros atrás, al darme vuelta el vigilante había desaparecido, como si la tierra lo hubiera tragado. Empecé a caminar tal me había dicho el hombre, camine por la ruta alrededor de dos horas hasta encontrar un cartel con el nombre del pueblo: Las Ruinas Del monte.
El cartel estaba destruido como si años hubieran pasado sin que nadie viniera al pueblo, a la distancia reconocí un bar, camine hacia allí y al asomarme por la ventana vi a los clientes , personas extrañas, pálidas , blancas como la nieve , y tiesas como el hielo , al adentrarme en el local , me atendió una mujer , sobre su delantal decía su nombre: Rosie , amablemente le dije: - Buenos días , mi nombre es Nicolás Del Vito y necesito si fuera tan amable un mapa del pueblo junto con la dirección de un hotel para alojarme por un tiempo.
Ella con una sonrisa seca contesto:
- Nicolás, extraño nombre... con gusto le daré el mapa, hay un hotel por aquí cerca se llama la niebla, cuando salga siga derecho por la iglesia, se va a encontrar con una casa grande, continué unos metros y se topara con él.
- Gracias.- Respondí amablemente.
Aproveche para comer algo , pedí lo más rápido que saliera , cuando llego el pedido , al probarlo estaba helado , todo mi cuerpo se lleno de frió , me asuste de tal manera que deje la cuenta paga y me fui lo más rápido que pude , al caminar observe que la moza me seguía con la mirada desde la ventana , una mirada tenebrosa , que causo en mi una sensación que me era familiar… pase por la iglesia , luego por la casa , al llegar al hotel me adentre en lo que aparentaba ser la recepción , estaba tan vacía que preferí no hablar solo espere sentado en un asiento a que alguien llegara , de repente un Hombre me susurra en el oído: -¿Quién es y que necesita?
Salte del susto, muy nervioso dije mi nombre y mi apellido, mostré mi documento y casi tartamudeando le pedí una habitación, muy nervioso espere que no se diera cuenta de que el documento era falso, pero no lo noto, apenas lo miro.
Me dio las llaves de mi habitación, la 603.
Sigilosamente me adentre en la habitación, había una cama, un televisor y el baño, junto a la cama una mesa ratona con un cajón, curiosamente abrí el cajón para ver si encontraba algo pero no había nada, simplemente me dedique a descansar. En el medio la noche me desperté como una ráfaga, había ruidos extraños , me acerque a la ventana y al abrir la cortina me sorprendí al ver que la moza del bar estaba en el medio la ruta mirando hacia mi ventana , fijamente… cerré la cortina lo más rápido que mis manos pudieron hacerlo, me acosté en la cama tome mi teléfono , estaba por llamar a mi casa , estaba atemorizado por esta historia de película que no tenia fin , al discar en número me di cuenta de lo cobarde que estaba siendo , tenía que ser fuerte , después de todo , era un hombre.
Solo me recosté sobre la cama y dormí hasta que se hizo de DIA, cuando amaneció me levante de la cama y fui a hablar con el recepcionista, para preguntarle que paso anoche.
El hombre muy inquieto respondió que son ruidos normales en los hoteles de la ruta... y al preguntar por aquella mujer del bar, me dijo que nadie estuvo en la ruta esa noche, y que no hay ningún bar con esas características ni sin ellas en el pueblo…
Le agradecí por su ayuda al recepcionista, tome mis cosas y me fui de aquel hotel. Intente volver a la estación para buscar otro tren, pero cuando llegue algo había cambiado, el vigilante se acerco a mí como si no me conociera y me dijo:- Buenos Días.
Le dije: Buenos Días, yo soy el que estuvo por aquí ayer, quisiera saber cuando viene el tren que me trajo hasta aquí.
El respondió lentamente: El tren que a usted lo trajo es solo un tren de ida, no sales una vez que entras, porque ya no puedes volver a vivir cuando estás muerto.

- No estoy muerto. Respondí
- Claro que lo estas, desde bajaste de ese tren que lo estas. ¿Es que no te has dado cuenta? Las únicas personas que pueden subir al tren son los que abordan para no volver, es un tren que te lleva más allá de la vida y de la muerte, te lleva al cielo o te lleva a donde estas tu en este mismo momento.
- ¿Dónde estoy?
- En La Tierra de los muertos, El infierno.

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